Publicado por PSICODIS Orientación y Apoyo
Publicado el 6 febrero, 2017
«Hay una fuerza motriz mucho más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad». – A. Einstein
Compartimos el último artículo escrito por el Dr. Fidel Hernández, donde reflexiona acerca de la falta de control emocional, y como estas pueden influir, si no se manejan adecuadamente en comportamientos impulsivos y violentos, que ocasionan consecuencias dañinas para nosotros y los que nos rodean.
Por recurrente que nos parezca, el tema de gestionar nuestras emociones, es una de las asignaturas pendientes que no estudiamos bien en nuestra sociedad, más aún si hablamos de mantener una estabilidad emocional en nuestras vidas, para conocer mejor cómo gestionar mis emociones que no sean sustancias inflamables que impidan el razonamiento y el autocontrol.
La mayoría de las personas se preguntan cómo evitar vivir en una montaña rusa de emociones y estados de ánimos donde no siempre sabemos conscientemente el porque oscilamos entre estados variados de ánimos (tristezas, alegrías, euforias) y frecuentemente con una tendencia a cierta depresión y falta de ánimo para emprender nuestra cotidianidad.
El control de nuestras emociones y el manejo de la impulsividad es uno de los retos mayores que pueda plantearse cualquier persona que quiera vivir de manera más consciente y autocontrolada en su entorno.
Ejemplos de impulsividad y de falta de control emocional vivimos a diario en nuestro entorno y en las noticias de cada día. Si observamos a dos conductores en medio de una carretera lanzándose insultos sólo por el hecho de que uno de ellos no dejó pasar al otro, nos preguntamos como observadores la manera en que estos individuos manejarán sus impulsos y emociones en otros terrenos de su vida, en el trabajo, en la familia, o con sus amigos. Seguramente las emociones y los impulsos dirigen sus comportamientos y no han aprendido que son ellos los que tienen que dirigir conscientemente cómo comportarse y cómo regular sus emociones.
También existen casos más dramáticos de descontrol emocional e impulsividad patológica, como el que observamos este viernes 3 de febrero de 2017, y que fue una trágica noticia que desplomó el cielo de Madrid, sobre todas las personas que horrorizadas éramos asaltados por el dolor y la compasión de una familia rota en menos de un segundo; se trata de un matrimonio que discutía acaloradamente desde la noche anterior delante de su hija de una año que estaba ingresada en el hospital La Paz, al siguiente día en hora de la mañana seguía la discusión, y fuera de todo control de sí mismo y con el traje invisible de la impulsividad tapando todo razonamiento, sentido común y sentimiento humano, el hombre cogió a la niña y se arrojó por la ventana del cuarto piso de pediatría del Hospital La Paz cayendo en un patio posterior donde murieron los dos.
Escenas como éstas nos demuestran que somos humanos, porque a lo largo de la evolución hemos podido superar nuestra condición biológica que nos ata al reino animal aunque no seamos consciente de ello. El esfuerzo evolutivo que ha hecho el ser humano para ser consciente de sus actos y desarrollarse como ser afectivo y social, nos ha situado como seres capaces de pensar nuestros afectos, conductas y nuestros actos, pero ese desarrollo no se produce de manera espontánea por el hecho de nacer, crecer y desarrollarnos en una sociedad.
Es por ello que careciendo de datos suficientes y sin emitir juicios de valor, que no es nuestro objetivo, es obvio que para que un hombre se lance por la ventana con su hija, además de estar fuera de sí, su desarrollo emocional y la manera en que aprendió a gestionar los conflictos, lo llevaron sin duda alguna , a causar una verdadera tragedia no sólo con su vida sino con su hija de un año. Esa pequeña hija no tenía ninguna responsabilidad en la incompetencia de sus padres para resolver un conflicto de pareja.
El trabajo de desarrollo personal y crecimiento consciente y espiritual de una persona debe realizarse desde la familia en los primeros años, pero la escuela y la sociedad son ese puente mágico que deberá seguir trabajando, para que seamos ciudadanos que podamos tener la cabeza en el cielo, los pies en la tierra y no descender al reino animal ni siquiera un segundo como lo hizo ese padre arrojándose con su niña por una ventana.
¿Cómo podemos controlar nuestra impulsividad y estallidos emocionales para no dañarnos a nosotros y a los demás?
Hace algunos años en 1972, el psicólogo Walter Mischel de la Universidad de Stanford realizó un experimento que se denominó “el experimento de los marshmallows” con unos niños de 4 a 6 años a los que les brindó un caramelo, les dijo que los niños que fueran capaces de esperar 15 minutos (a veces no les decía el tiempo exacto) sin comerse su caramelo les darían otro caramelo. Al final del experimento, dos terceras partes acaban sucumbiendo a la tentación, y la otra tercera parte elegían esperar, elegían la llamada gratificación diferida. Es decir, solo el 33% de los niños conseguían esperar y aguantar para conseguir un premio mayor al final de todo.
Se comprobó que aquellos niños que fueron capaces de esperar 15 minutos y obtuvieron un segundo caramelo, mostraron más capacidad de posponer su recompensa, de tener mayor control sobre sus impulsos y emociones, lo que marcó un desarrollo de su personalidad notablemente superior, a aquellos otros niños más impulsivos que no pudieron esperar y solo se comieron un caramelo.
Este experimento sirvió para demostrar la necesidad de educar a nuestros hijos en un aprendizaje fundamental para el desarrollo de la personalidad: desarrollar la capacidad de autocontrolarse las propias emociones e impulsos en aras de obtener metas y logros futuros, evitando buscar recompensas fáciles y estimulándolos a posponer ciertas gratificaciones después de un esfuerzo consciente de autocontrol y dominio de sí mismo.
La impulsividad es uno de los rasgos de personalidad que denota cierta inmadurez emocional y afectiva por lo que debemos entrenar nuestra capacidad de esperar y de reflexionar antes de actuar o tomar cualquier decisión. Para evitar ser impulsivos es necesario ser conscientes de cuáles son aquellas situaciones y emociones que nos disparan y nos ponen al límite perdiendo nuestro control. Es necesario que seamos capaces de conocernos permanentemente para entrenar nuestros cortafuegos emocionales, donde podamos prever los lugares, situaciones o personas que nos pueden poner a prueba nuestra capacidad de autocontrol.
Ya el psicólogo norteamericano David Goleman recomendaba entrenar nuestra inteligencia emocional como único modo de ser feliz y de poder relacionarnos satisfactoriamente con los demás, porque del otro modo impulsivo e irreflexivo nuestros sentimientos y emociones pueden ser sustancias inflamables que incendien nuestra vida y que nos impidan descubrir la belleza de nuestra existencia.